sábado, 24 de mayo de 2008

Fulgor a no olvidar


Por Eva Feld


La cronología es fraude, alegoría. ¿Acaso no transcurren milenios en un atisbo?, ¿acaso no perdura un segundo en el tiempo? Por esa autarquía se podría afirmar que el siglo comenzó exactamente el 11 de abril del 2001. El día y a la hora en que fue destruido el World Trade Center, pináculo y emblema del sistema capitalista. El doble falo fue cercenado primero y destruido después en el más estridente espectáculo visual jamás antes acontecido. El espectáculo de ver cómo caían los edificios de viga y concreto como si fueran de harina, azúcar y huevo fue observado simultáneamente y en vivo por millones de personas aleladas, entre las cuales seguramente se encontraban los orondos artistas plásticos que, en la década de los años sesenta/setenta, proclamaron el arte conceptual como su forma de expresión en parte para crear ruidos en la organización y en el organigrama del esplendor económico. Han de girar el prisma a través del cual miran, para retratar nuevamente al ser humano. Acaso no haya estado equivocado nuestro querido Don Diego Barboza, Premio Nacional de Artes Plásticas 1997, al reivindicar el valor de los retratos y de los enseres desde su taller decimonónico, él que en Venezuela fue pionero del arte conceptual y de las "performances" y que falleció también en abril, hace apenas un año, proclamando que quizás sea éste momento de ocuparse nuevamente del ser humano, del sobreviviente y de hablarle al hombre del futuro de su pasado tan remoto como próximo para recordarle su esencia. ¿No será acaso ésta la mejor hora para el expresionismo redivivo, para el repunte manierista como manifestación de individualidad frente al desbocado presente en el que el espectáculo del caos ha dejado de ser coyuntural para asemejarse cada vez más a un sí mismo apocalíptico? ¿Será éste también instante para el atorrante verbo, para que en literatura se imponga, por encima de la liviandad y el anecdotario de la inmediatez, el expresionismo manierista de los grandes escritores, de los grandes debates, de las grandes ideas? Tal era la ambición de Diego Barboza, el gran animador cultural, el transformador de la imagen en metáfora, digno representante de Pirandello así en la tierra como en el cielo, al concederse un espacio de representación en el que él mismo fue actor múltiple de sus propios personajes. Así se ocupó de ser recordado, así transformó la realidad de quienes lo conocieron, creándole a cada quién una ficción muy particular.

Algunos, entre ellos el escritor y periodista Nelson Hippolyte, conservan al lado del vívido recuerdo de los cuadros de Diego Barboza, aquel cumpleaños memorable, durante el cual el artista sorprendió a sus invitados presentándose ante su madre tal como vino al mundo: leso, genuino y totalmente desnudo. Otros, como la pintora Luisa Richter, han expresado su admiración por el autor múltiple capaz de cambiar el tiempo y el espacio tanto en la vida real como el en lienzo y tanto en lo doméstico como en lo público. De su vida y obra se han ocupado curadores, críticos y directores de museo; sobre él han escrito, entre otros, Elisa Lerner, Juan Carlos Palenzuela o Juan Calzadilla, pero, a pesar de los reconocimientos y de los premios, el artista, el ser omnívoro, vivió siempre al acecho de la creación, simultáneamente en el abismo y en la elevación y fueron precisamente esos trances los que lo llevaron en enero del año 2000 a querer revivir en el ámbito venezolano las grandiosas vivencias de sus admirados predecesores franceses, italianos, alemanes y Reverón. Inválido ante la falta de un Montparnasse, se empeño en creárselo muy a su manera venezolana. Bajo el título de Convivio quiso reunir periódicamente en su taller, a un grupo ecléctico de creadores y junto a ellos leer, actuar, pintar, discutir, escribir, crear. En suma: vivir.

Fui designada oficialmente cronista de aquellas tardes y testigo de excepción de los más altos vuelos de ese infatigable Ícaro llamado Diego Barboza.

Caracas, Convivio del 4 de enero 2000

Acordamos en una primera reunión, retroceder hasta el Renacimiento temprano como punto de partida para el análisis de la plástica y del pensamiento en la historia de occidente, pero dejamos todas las ventanas abiertas para posibilitar otros tránsitos. La experiencia ha de lanzarnos al centro de nosotros mismos. Materia prima de nuestra experimentación: los sentimientos y las líneas, la psique y los colores, la perspectiva y la poesía, las emociones y el pensamiento ¿No ha sido esa la médula espinal del Giotto al desaurificar a los santos, o de Dante al confrontar al hombre con sus demonios? ¿No introdujo Velásquez, en España, una óptica y una estética punzo penetrantes al reflejarse junto a sus Meninas y además irrespetando las proporciones, las jerarquías y los parámetros vigentes hasta su época? Diego promete para la semana que viene hablar por boca de Cimabue, alias Cenni Pepi, oriundo de Florencia y maestro del Giotto. nos dará sobre todo su versión maracucha universal y futurista. ¡Amén!

18 de enero

Somos seres imantados. A la reunión de hoy se nos sumó Luis Villamizar, artista plástico y con ese sólo fenómeno de convertirnos en cuatro, conformamos por instantes la rosa de los vientos. Con el norte errático y sin estrellas rutilantes, la reunión de hoy fue caos. No hubo viaje dantesco sino caricatura docente, no hubo personificación del Giotto, sino desbordamiento desordenado; hubo, sí, en la destemplanza que produce sentirse al pairo, algunos atisbos. Luis quería a toda costa que Diego hablara de las dificultades reales, plásticas, técnicas, puntuales, que confronta actualmente en la pintura figurativa y hubo en su tono tanta afectividad como reclamo: "Fuiste precursor del arte conceptual en Venezuela ¿cómo es que retrocediste hacia la pintura?" La respuesta de Diego, que tan elusiva le resultó a Luis, pretendía exponer que la trayectoria creativa no es una línea recta sobre la cual se pueda avanzar o retroceder, sino un círculo concéntrico. Intentaba hablar Diego de la complejidad pero de su boca sólo fluían anécdotas ilustrativas, hasta que de pronto, en un arrojo se lanzó por las escaleras para reaparecer minutos más tarde, cargando varios cuadros de Luis Villamizar y uno de Alejandro Otero. Se hacía preguntas en voz alta: ¿Qué contiene el blanco, cómo rasgar la luz, cuál es el límite dimensional de un cuadro, cuál es la presencia del hombre ausente del lienzo y viceversa? La luz languidecía, por momentos fuimos sólo siluetas conversando, intimando. Cuando la humedad que genera la luna llena comenzó a colarse entre mis huesos, me descubrí acariciando uno de los cuadros de Luis de los que Diego había traído, era un objeto voluptuoso, un caracol adosado mediante macilla al liencillo y todo aquello estaba coloreado en verdiazul, todo menos el laberinto, que desafiante clamaba en procura de penetración.

26 de enero

A la reunión de hoy asistió Gipsy, la restauradora de las obras de Diego y expuso su preocupación por la aparición de hongos en los cuadros. También ofreció posar desnuda para el maestro. Vino también Adele Mondolfi de Lemmo, cuya breve pero intensa intervención colocó a Diego como objeto de su investigación, la cual ya sobrepasa las 800 páginas.

Acaso el convidado más beligerante del encuentro de hoy fue el recién concluido retrato de Juan Carlos Palenzuela, hubo consenso, vimos en él un verdadero nudo gordiano.

2 de febrero

Hoy se nos sumó Enrico Armas. No ha cesado de trazar en lápiz o con creyones, líneas de expresión, caballos, policromas rayas de efecto. Le ha echado mano a sus catálogos para autocalificarse: "soy anacrónico, ecléctico y arbitrario.Me gusta mezclarme trenzar mis multiples lenguajes expresivos: a veces esculturas conceptuales, otras cuadros pintados.Soy emotivo, cada color responde a un estado anímico, a veces siento rojo, otras azul. En eso de la multiplicidad de expresión soy postmoderno, no me gusta encasillarme.

Luis Villamizar ha cumplido con su amenaza teórica en un texto urdido hacia 1993, pero luego develó cautelosamente los parámetros de su búsqueda personal: concertar con un grupo de indígenas un trabajo plástico mancomunado Hizo referencia a los mitos alojados en las máscaras rituales talladas en madera, las cuales, a petición o por encargo suyo, son ejecutadas en tamaños superlativos y con caras nuevas replanteando los signos y los contenidos. "Me hice hombre en el extranjero- nos explicó, ante nuestras incisivas preguntas- y al regresar a Venezuela, por supuesto que vi la realidad con ojos diferentes a los que la veían desde adentro. Incluso he logrado que esa mirada y su expresión plástica sean aceptadas en Nueva York, adonde otros artistas venezolanos se presentan con obras mimetizadas con la cultura metropolitana, es decir con trabajos que podrían ser el producto del Bronx, por ejemplo, pero no de Venezuela"

- ¿Podría decirse entonces que eres un neocolonizador del buen salvaje exótico?- le preguntamos exponiéndonos

- Yo no diría eso, yo busco lo contrario, que los indígenas preserven su cultura que está siendo amenazada justamente por las grandes potencias

- ¿En qué se diferencia entonces tu trabajo del de los misioneros? - insistimos

- Yo no niego que tenga una misión en la vida.

Sin perder la compostura ante nuestras provocaciones, Luis nos explicó que a través de una motivación antropológica y estética realiza una investigación plástica cuyos resultados no están predeterminados, sino que aparecen como consecuencia del aprendizaje. Diego cita a Duchamp como referencia al hecho de intervenir en objetos acabados. Enrico y Luis se refirieron a Steinberg, al aura de los objetos. Diego solicita respuestas más prácticas. cómo son exhibidos semejantes conceptos. Luis alega que "el arte no requiere respuesta inmediata, la investigación va de sí. A los artistas se les prohibe prácticamente experimentar, se les obliga a repetirse a si mismos, a convertirse en productos de consumo elitista". Enrico acota: "Francis Bacon es un buen ejemplo, multimillonario por sus éxitos pero confinado a pintar sólo ocho cuadros al año". Nada escapa a la diatriba, desde el Centro Sambil hasta el deslave del Estado Vargas desde las películas de Spielberg versus el cine de autor de Fellini. Sólo se proclama la unanimidad para acoger un refrescante jugo de parchita.

16 de febrero

Cumple años Doris, la esposa de Diego, la maga de las buenas infusiones sacraliza los convivios mediante placeres sensoriales: que haya siempre un delicioso bebedizo servido en artesanales tazas de barro y que las jarras simulen mujeres de amplias caderas con brazos como asas y con fuego en los chacras. En Venezuela la puntualidad es sólo lo que puede llegar a ser, una referencia remota, de modo que las primeras en llegar, Colette Deleuze y Adele Mondolfi, se encargan de caldear la atmósfera. ¿Cuál habrá de ser el sentido del arte en el siglo XXI y cuál, si alguna, la especificidad en Venezuela? Pero en eso irrumpe muy rubia, Cristina Policastro y tras ella, como bajándose cada uno de su nave espacial particular, Diego, Luisa Richter, Juan Carlos Palenzuela. Cristina Policastro lee su cuento El tractor azul y se desata un breve interludio sobre la estética cinematográfica. Palenzuela lee las cuatro cuartillas que ha pergerñado con precisión quirúrgica para la prensa. Luisa Richter, delgada como un silbido y profunda como un lago alpina, se mantiene etérea en su castellalemán y muestra el catálogo de su última exposición. Diego, soliviantado, excéntrico y maravilloso, no tarda en someternos sus dos últimos retratos, el de Marianela Ramos y el de Gioconda Rojas.

En el tiempo que transcurre entre un convivio y el próximo, todos vivimos las sorpresas telefónicas de Diego. Son apariciones dionisiacas, incendios imaginativos, fulgor a no olvidar. Hizo del deslave del Estado Vargas su Guernica personal, convirtió sus flores en tributo a Van Gogh y a Renoir, versionó a Leonardo y a Velásquez, a Bacon y a Dix, pero también a Buñuel de quien fue adicto e hizo de la vida y de la amistad un escenario de invención continua para el cual renació cada día. Hoy es un día, hoy también renace.


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