domingo, 5 de octubre de 2008
El profesor de inglés
Por Eva Feld
Aún no había trascurrido ni un lustro desde el fracaso electoral del cochino lanzado como candidato presidencial en la Convención Demócrata de Chicago, el día en que el desgarbado profesor de la Universidad de Roosevelt , arrastró su desánimo hasta el púlpito desde donde solía aburrirse enseñando a los recién egresados bachilleres las normas del buen escribir. Harto de definir mecánicamente las propiedades de los adjetivos calificativos o de las desinencias verbales, fastidiado de corregir semanalmente infames narraciones y enfermo de nostalgia por su prometedora juventud, resolvió un día reencarnarse en el joven contestatario que había sido capaz, entonces, de quebrantar el juego democrático abanderando la causa porcina. Con gesto desdeñoso le dio la espalda a sus estudiantes, salió del salón de clases y al cabo de unos minutos regresó con una bandera de los Estados Unidos de papel y frente a sus estupefactos alumnos la hizo añicos. Chispazos de rabia irradiaban sus ojos zorrunos, gozaba. Luego, arrojó el papelillo azul, rojo y blanco contra el piso y lo pateó y lo escupió. Atónitos, los estudiantes recibieron la orden sin anestesia: "¡Ahora escriban!". El experimento inyectó tal dosis de adrenalina en su torrente sanguíneo que a partir de ese día se volvió un adicto a su propio desempeño. No veía la hora de desafiar, de sorprender, de instigar, de alarmar. Sus alumnos tampoco. Muchos de ellos aprendían efectivamente a escribir.
Al cabo de tres meses, el profesor de inglés de la Universidad de Roosevelt sufrió una recaída. El regreso del aburrimiento fue feroz, sólo comparable con el que experimentan algunos virus cuando luego de haber sido aniquilados vuelven fortalecidos con nuevos bríos. Se sintió payaso e inútil, sus ocurrencias ya formaban parte del status quo , los estudiantes se las exigían como derechos adquiridos. Arrastraba nuevamente los pies y para evitarlos prefería llevarles en hojas multigrafiadas las normas gramaticales y sintácticas que debían leer en clase y luego una lista de ejercicios o el tema del ensayo que debían desarrollar en clase. Él, por su parte, se sentaba con los pies en el escritorio y se dejaba penetrar nuevamente por recuerdos mejores.
Un martes particularmente fastidioso les preparó un ejercicio. Escoja entre los siguientes el tema de su preferencia y desarróllelo en quinientas palabras :
1.- Si es usted mujer, diga tres razones por las que le gustaría ser hombre (o viceversa)
2.- Si es usted blanco, diga tres razones por las que le gustaría ser negro (o viceversa)
3.- Si es usted casado, diga tres razones por las que le gustaría ser soltero (o viceversa)
La abulia recorrió el espinazo de todos los ahora victimarios del vengativo profesor de inglés. Sin mediar palabras, sin sorpresas ni ocurrencias, debían ahora darse a la tarea pura y dura de pergeñar un aburrido ensayo por comanda. Se oyeron bostezos y tocecillas nerviosas. Los lapiceros se trababan en su recorrido inútil sobre hojas blancas. Muchas acababan arrugadas en la papelera, cediendo. Algunos estudiantes lograron eludirse, respondiendo aquello que habían aprendido a repetir desde niños: que los blancos tienen más oportunidades, sobre todo en una ciudad segregacionista como Chicago, que los negros están mejor dotados para el sexo y la música, que ser hombre conviene en una sociedad machista, que ser soltero da mayores libertades, que lo contrario da mayor estabilidad. Sin paradoja, ningún hombre escribió acerca de las virtudes de haber sido mujeres.
El martes siguiente, el profesor de inglés llegó más tarde que de costumbre, subió al podium sin demora y saliéndose de sus hábitos leyó en voz alta la calificación que habían obtenido, uno por uno, sus alumnos. Ninguno descollaba: una uniforme letra C los calificaba. Gramaticalmente habían mejorado algo, su sintaxis tampoco ofendía, pero la estructura y la falta de creatividad resultaron francamente penalizadas.
A nadie pareció importarle demasiado, pero entonces, el profesor de inglés se quitó el zapato derecho primero y el izquierdo después, una media y luego la otra. Desabrochó su correa y su pantalón, desenfundó cada una de sus piernas, desabrochó su camisa y también se desprendió de ella y así parado frente a sus alumnos les dijo: "Yo soy hombre, divorciado, blanco, nudista, liberal, agnóstico, melómano, neurótico, escéptico, detesto la comida vegetariana, fumo y creo que soy un poco marica. No querría ser sino lo que soy y si uno sólo de ustedes hubiera preferido ser el que es no sólo hubiera sacado A, sino que tendría mi respeto, mi confianza y mi solidaridad".
Un estudiante blanco, miméticamente parecido al profesor de inglés habló para decir: "Yo aún no sé quien soy ni lo que quiero y puedo ver ventajas y desventajas en todo y transferirme en otros, y me solidarizo y respeto y le tengo confianza a todos en este salón en el que todos nos reunimos para escribir" .
Entonces irrumpió por la puerta el Rector en persona. Un mohín reprobatorio anunciaba sus palabras. Iracundo se giró hacia la clase para aclarar que no toleraba la falta de respeto de parte de un profesor majadero que se desnudaba en plena clase. El estudiante mimetizado tomó la palabra y dijo: " Pst ! Señor Rector, baje la voz, ¿qué está diciendo usted, que hay un profesor desnudo? Aquí el único desnudo es un personaje literario y el único majadero es usted".
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