miércoles, 15 de octubre de 2008
Teódulo López Meléndez: violador y asesino del tiempo real
por Eva Feld
La editorial Ala de cuervo, les da la más cordial bienvenida a la presentación de la novela del Escritor Teódulo López Meléndez, titulada La forma del mundo, nuestra tercera entrega en este primer año de existencia, cuando ratificamos la consigna de publicar libros como éste, al margen del afán editorial que da preferencia a la literatura de la inmediatez. Quiero pensar por un momento que presento a un reo, a un violador, a un asaltante. A un trasgresor que ha pedido asumir su propia defensa y convertirme, en consecuencia, yo, su editora, en fiscal acusador.
Sólo así, mediante la dialéctica y a través de la tensión que producen las ideas encontradas, demostrarles en pocas palabras que hubo móvil, alevosía, premeditación y sano juicio en la selección del argumento, en la confluencia de los personajes y en el envenenamiento del lenguaje, principal protagonista de los sucesos que llevaron a Teódulo López Meléndez al asesinato del tiempo real, de la lógica aristotélica, de la identidad unívoca y de la hilaridad. Y digo que hubo premeditación y complicidad pues se puede constatar que mucho antes que él, T. S. Eliot asestó tan rudo golpe en el concepto y a la palabra Tiempo que muchos escritores se han visto forzados a reencarnarlos.
De ese modo leemos a diario, en revistas especializadas, entrevistas con exitosos escritores cubanos o españoles, chinos, franceses o estadounidenses que se nutren de sus realidades temporales para plasmar en sus novelas un recuerdo o un reflejo de la cotidianidad. Varios aluden a las comiquitas de la televisión, otros a las situaciones políticas o sociales que apremian al ser humano bajo regímenes dictatoriales, otros urden utopías para avizorar el futuro o ucronías para hurgar en el pasado. El convencional Tiempo redimido ha permitido revertir el papel de la literatura, de manera que si antes el cine y la televisión y hasta en cierto modo la pintura y la arquitectura se nutrían en las imágenes visionarias que describían los escritores, ahora son los escritores quienes escriben guiones basados en las imágenes audiovisuales omnímodas, convirtiendo a los lectores en tácitos directores de películas subliminales.
Hasta que de pronto, como ahora, un Escritor se yergue para demostrar que ser producto de su propio tiempo equivale a ser producto de todos los tiempos. Retoma el filo de T. S. Eliot y mata a sangre fría. El tiempo unívoco yace ensangrentado en las páginas que nos entrega López Meléndez, mientras nos echa en cara, con soberbia altanería, que el tiempo actual es el de la genética, que el memento es el de la clonación y ésta se cuela no sólo en el argumento anecdótico de la novela, sino también en su estructura.
Conocido a lo largo de una veintena de libros anteriores como un escritor elíptico, en ésta, su tercera novela, de lo que puede considerarse una trilogía, López Meléndez se rebasa: una doble elipse, como las que conforman el ADN une y trama a los cuatro personajes y a sus respectivos clones, como se conectan las enzimas en la doble hélice molecular. Si en su primera novela, titulada Selinunte (ULA, Mérida, 1996) el hombre se extrovierte hacia el espacio sideral para repetirse elípticamente en su sempiterna condición humana y si en su segunda novela, El efímero paso de la eternidad (Memorias de Altagracia 1998), la introspección lo conduce a escarbar a la manera romántica las vísceras de una mujer para hallar en el fin su propio comienzo, en esta tercera novela, ambas hélices, la externa como la interna, congenian en la creación genética de otro hombre y otro tiempo: Siempre entrelazadas, interdependientes, simbióticas, cabezas de hidra, decapitándose mutuamente en lacerante homicidio perpetuo.
domingo, 5 de octubre de 2008
El profesor de inglés
Por Eva Feld
Aún no había trascurrido ni un lustro desde el fracaso electoral del cochino lanzado como candidato presidencial en la Convención Demócrata de Chicago, el día en que el desgarbado profesor de la Universidad de Roosevelt , arrastró su desánimo hasta el púlpito desde donde solía aburrirse enseñando a los recién egresados bachilleres las normas del buen escribir. Harto de definir mecánicamente las propiedades de los adjetivos calificativos o de las desinencias verbales, fastidiado de corregir semanalmente infames narraciones y enfermo de nostalgia por su prometedora juventud, resolvió un día reencarnarse en el joven contestatario que había sido capaz, entonces, de quebrantar el juego democrático abanderando la causa porcina. Con gesto desdeñoso le dio la espalda a sus estudiantes, salió del salón de clases y al cabo de unos minutos regresó con una bandera de los Estados Unidos de papel y frente a sus estupefactos alumnos la hizo añicos. Chispazos de rabia irradiaban sus ojos zorrunos, gozaba. Luego, arrojó el papelillo azul, rojo y blanco contra el piso y lo pateó y lo escupió. Atónitos, los estudiantes recibieron la orden sin anestesia: "¡Ahora escriban!". El experimento inyectó tal dosis de adrenalina en su torrente sanguíneo que a partir de ese día se volvió un adicto a su propio desempeño. No veía la hora de desafiar, de sorprender, de instigar, de alarmar. Sus alumnos tampoco. Muchos de ellos aprendían efectivamente a escribir.
Al cabo de tres meses, el profesor de inglés de la Universidad de Roosevelt sufrió una recaída. El regreso del aburrimiento fue feroz, sólo comparable con el que experimentan algunos virus cuando luego de haber sido aniquilados vuelven fortalecidos con nuevos bríos. Se sintió payaso e inútil, sus ocurrencias ya formaban parte del status quo , los estudiantes se las exigían como derechos adquiridos. Arrastraba nuevamente los pies y para evitarlos prefería llevarles en hojas multigrafiadas las normas gramaticales y sintácticas que debían leer en clase y luego una lista de ejercicios o el tema del ensayo que debían desarrollar en clase. Él, por su parte, se sentaba con los pies en el escritorio y se dejaba penetrar nuevamente por recuerdos mejores.
Un martes particularmente fastidioso les preparó un ejercicio. Escoja entre los siguientes el tema de su preferencia y desarróllelo en quinientas palabras :
1.- Si es usted mujer, diga tres razones por las que le gustaría ser hombre (o viceversa)
2.- Si es usted blanco, diga tres razones por las que le gustaría ser negro (o viceversa)
3.- Si es usted casado, diga tres razones por las que le gustaría ser soltero (o viceversa)
La abulia recorrió el espinazo de todos los ahora victimarios del vengativo profesor de inglés. Sin mediar palabras, sin sorpresas ni ocurrencias, debían ahora darse a la tarea pura y dura de pergeñar un aburrido ensayo por comanda. Se oyeron bostezos y tocecillas nerviosas. Los lapiceros se trababan en su recorrido inútil sobre hojas blancas. Muchas acababan arrugadas en la papelera, cediendo. Algunos estudiantes lograron eludirse, respondiendo aquello que habían aprendido a repetir desde niños: que los blancos tienen más oportunidades, sobre todo en una ciudad segregacionista como Chicago, que los negros están mejor dotados para el sexo y la música, que ser hombre conviene en una sociedad machista, que ser soltero da mayores libertades, que lo contrario da mayor estabilidad. Sin paradoja, ningún hombre escribió acerca de las virtudes de haber sido mujeres.
El martes siguiente, el profesor de inglés llegó más tarde que de costumbre, subió al podium sin demora y saliéndose de sus hábitos leyó en voz alta la calificación que habían obtenido, uno por uno, sus alumnos. Ninguno descollaba: una uniforme letra C los calificaba. Gramaticalmente habían mejorado algo, su sintaxis tampoco ofendía, pero la estructura y la falta de creatividad resultaron francamente penalizadas.
A nadie pareció importarle demasiado, pero entonces, el profesor de inglés se quitó el zapato derecho primero y el izquierdo después, una media y luego la otra. Desabrochó su correa y su pantalón, desenfundó cada una de sus piernas, desabrochó su camisa y también se desprendió de ella y así parado frente a sus alumnos les dijo: "Yo soy hombre, divorciado, blanco, nudista, liberal, agnóstico, melómano, neurótico, escéptico, detesto la comida vegetariana, fumo y creo que soy un poco marica. No querría ser sino lo que soy y si uno sólo de ustedes hubiera preferido ser el que es no sólo hubiera sacado A, sino que tendría mi respeto, mi confianza y mi solidaridad".
Un estudiante blanco, miméticamente parecido al profesor de inglés habló para decir: "Yo aún no sé quien soy ni lo que quiero y puedo ver ventajas y desventajas en todo y transferirme en otros, y me solidarizo y respeto y le tengo confianza a todos en este salón en el que todos nos reunimos para escribir" .
Entonces irrumpió por la puerta el Rector en persona. Un mohín reprobatorio anunciaba sus palabras. Iracundo se giró hacia la clase para aclarar que no toleraba la falta de respeto de parte de un profesor majadero que se desnudaba en plena clase. El estudiante mimetizado tomó la palabra y dijo: " Pst ! Señor Rector, baje la voz, ¿qué está diciendo usted, que hay un profesor desnudo? Aquí el único desnudo es un personaje literario y el único majadero es usted".
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