martes, 6 de diciembre de 2011

miércoles, 23 de noviembre de 2011

De Diaghilev en los pies del Montjuic



Por Eva Feld

Para Belén Lobo

Es preciso recurrir a argucias como esta de recordar a Belén Lobo sin apenas conocerla, para intentar una crónica sobre Barcelona sin caer en los consabidos lugares comunes: es sí, una ciudad que nunca duerme y mucho menos tiende cama de laureles ante la crisis. Catalanes y visitantes abarcan sus espacios como sólo puede hacerse en una verdadera plaza urbana donde la cultura bulle desde el metro hasta la superficie, desde el Montjuic hasta la Barceloneta. El arte, ya sea culinario o estético, moderno o muy antiguo se despliega a todas horas en la arquitectura pero también en el mundo editorial y artístico. La creatividad se respira en una conjunción de desparpajo y tolerancia. Barcelona, aun en medio del mayor desastre económico que sacude a España sigue siendo un imán para turistas de todo el mundo que logran sorprenderse ante sus maravillas y sus secretos.


Una de esas maravillas es la CaixaForum; se trata de una fábrica textil singular, ubicada en los pies de la montaña de Montjuic, que el empresario Casimir Casaramona encargó al arquitecto Puig i Cadafalch, uno de los tres arquitectos catalanes más representativos del modernismo, contemporáneo de Domènech i Montaner y Antoni Gaudí. El edificio es una pieza única de la arquitectura modernista industrial catalana de principios del siglo XX. Pero además es la sede de impresionantes exposiciones. Una de ellas, en curso hasta el 15 de enero de 2012: Los ballets rusos de Diaghilev, merece ser visitada pensando en Belén Lobo, bailarina venezolana, cuya reseña en internet no sobrepasa diez líneas, de las cuales más de dos la señalan como la madre del escritor, animador, guionista y más famoso venezolano en España, Boris Izaguirre.


Allí, en la CaixaForum, ocupando una silla privilegiada, durante la rueda de prensa ofrecida por los organizadores de la exposición, escuché en tres lenguas (catalán, castellano y francés) las mas esclarecedoras explicaciones sobre el emprendedor Serge Diaghilev quien durante los veinte años que duro su emblemática compañía de danza (1909-1929) no sólo supo reflejar en ellas el espíritu vanguardista de comienzos del siglo XX, sino que además lo hizo haciendo bailar (literalmente) el arte en los escenarios.


La exposición, organizada en por el Victoria and Albert (V&A) Museum de Londres y producida por la Obra Social de “la Caixa”, cuenta con más de dos cientos objetos que incluyen vestuario, elementos de las coreografías, diseños, carteles, programas, fotografías, maquetas de teatros y películas documentales en los cuales se aprecia el afán renovador de Dighialev y de los numerosos colaboradores de los que se rodeo. Nada menos que Matisse, Picasso, Braque, Derain, Goncharov o Chanel, solo en el aspecto visual; músicos de la talla de Ravel, Satie, Falla, Stravinsky, Procofiev o Rimsky-Korsakov; bailarines del renombre de Fokine, Nijinsky, Pavlova, Karsavina o Massine y escritores como Jean Cocteau.


La rueda de prensa estuvo presidida por Jane Pitchard, responsable y conservadora del Departamento de Teatro y Danza del V&A Museum. Una apasionada del ballet, una erudita en el tema, una mujer excepcional, cuyo discurso británico pudo llegar a la comprensión de todos los asistentes, en su mayoría periodistas, gracias a la excelente interpretación simultánea de Jon Ander de Errazti, quien con su agradable voz poliglota logró la difícil tarea de satisfacer la curiosidad incluso de algunos hiperespecialistas que consiguieron respuestas en su idioma, por más puntuales y minuciosas que lucieran sus preguntas a oídos, que como los míos, escuchaban por primera vez vocablos y anécdotas muy especificas del ballet. Fue en esos momentos de complejidad cuando me vino a la mente Belén Lobo. Fue con ella en la memoria que recorrí la exhibición de los trajes diseñados por Picasso y por Matisse. Con ella me adelanté al grupo para descubrir un conjunto rosado viejo de pantaloncillo corto y franela, firmado por Channel y fue ella y no la Señora Pitchard ni el interprete de Errazti, quien me comento al oído, que Cocó había impuesto ese atuendo adelantándose a tu tiempo en más de medio siglo, pues aun hoy en día muchos bailarines modernos y contemporáneos lo usan. También fue por Belén Lobo por quien supe de las divergencias que separaron a Diaghilev de Nijinsky.


Al poco tiempo de estarla evocando y de escuchar su voz por encima de la de los organizadores, seguí imaginando que era ella, Belén Lobo, quien me explicaba que “a través de la compañía de Diaghilev y de su noción de obra total se transformó totalmente la danza. Era un hombre cultivado, ávido lector y coleccionista de libros, apasionado por la música y cantante amateur, aficionado al teatro y a la pintura - me decía-. A lo largo de veinte años presento en Europa y América unos cincuenta ballets de diferentes estilos, pero tenía su carácter; se decía de él que era un dictador, un demonio, un charlatán, un brujo. Vivía en habitaciones de hotel y tenía una debilidad especial por España”


Los vestidos diseñados por Matisse y por Picasso principalmente que seguimos mirando a través de la visita guiada nos fascinaron a las dos. Ella, probablemente en Caracas, o en Madrid, no sabe que sin ella la visita a los Ballets Rusos no habría sido la misma. Tampoco sabía yo que a la salida de la exposición vería en una de las estaciones del metro de la línea amarilla, un enorme afiche de la editorial Planeta anunciando el último libro de su hijo Boris: Dos monstros juntos, una novela de culta frivolidad o viceversa. Un fresco de comienzos del siglo XXI. Podría llamarse también un Ballet, con escenografía, música y letra, en el que el pas de deux se baila al compas de la glamorosa decadencia de estos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Frente a frente con un editor catalán“: La gente busca otras respuestas porque ya no cree en Dios”



Frente a frente con un editor catalán

“La gente busca otras respuestas porque ya no cree en Dios”

Por Eva Feld

El mercado editorial goza de buena salud en España. Según cifras extraoficiales se ha publicado este año un diez por ciento más libros que en el 2010. Eso sí, el margen de ganancias puede ser considerado un éxito cuando llega al diez por ciento. El pronóstico sobre las tendencias editoriales a la hora de escoger los temas más rentables para los próximos años podría definirse con el último neologismo en boga: resiliencia, palabrilla que ha ocupado la portada de la revista Newsweek en el mes de septiembre y que no significa otra cosa que: capacidad de las personas de recuperarse ( y hasta sacar provecho) frente a la adversidad. Algo comparable, a mi juico, a los finales felices de las películas de Hollywood a partir de la postguerra.

Tengo enfrente a Joan Miret, editor catalán y Presidente de Gallup seccional Cataluña. Nos sirve de escenario la acogedora terraza interior del Ateneo de Barcelona un lugar al que solo pueden acceder los socios, en su mayoría escritores, editores, investigadores y lectores privilegiados y para cuyo ingreso han de servirse de un ínfimo adminículo captahuella ubicado estratégicamente. Joan Miret es además de editor, psicólogo de formación, de manera que nada tiene de raro que sume a su moderado temperamento, algo de desconfianza y mucho de intuición para acceder al encuentro. Un tercer elemento probablemente innato, genético, cultural. El hecho de ser catalán, le obliga a guardar las distancias. Sin embargo, al cabo de pocos minutos, tengo enfrente a un hombre receptivo y sincero, dispuesto a responder preguntas y a dar respuestas, siempre calibradas al fragor del equilibrio. No es por nada que en el idioma catalán "hablar" sea sinónimo de "razonar".

La editorial de Joan Miret se especializa en el género del ensayo y a ese respecto que nos hemos reunido. Hace días que rumia cada frase contenida en las LECTURAS DEL NUEVO MILENIO del escritor venezolano Teódulo López Meléndez, un compendio de ensayos sobre los temas más álgidos del presente y del futuro inmediato, desde la educación y la ecología hasta la política y la economía, sin desmedro de la cultura la seguridad o la comunicación. Miret considera su lectura, así como nuestra entrevista, una gran sorpresa, un acontecimiento. Una serendipia ( otro neologismo para nombrar un descubrimiento, un hallazgo, una coincidencia o un accidente afortunados). Se vislumbra en sus ojos un artilugio.

- Si bien mi editorial se especializa en ensayos, en este momento estamos haciendo hincapié en el género de la Resiliencia, es decir, en los relatos que contienen historias exitosas de personas que han superado el dolor, el cáncer por ejemplo. Es lo que hemos dado en llamar novela-ensayo, es decir, un relato en el que el personaje haya salido con éxito de un trauma, pero que contenga abundante información que pueda servirle a los lectores, dice Joan Miret al tiempo que cita su último éxito editorial titulado La noche también es blanca, precisamente sobre un caso de superación del cáncer.

- La publicación del libro de Teódulo podría adaptarse a ese concepto si, mutatis mutandi, el cuerpo enfermo sería, como de hecho lo es, el social, que padece un cáncer llamado crisis y para el cual el autor venezolano aporta un cúmulo de indicaciones que podrían llevar el título de Hacia una filosofía de la indignación, le digo con un entusiasmo inusitado para un interlocutor que acaba de recoger en el taller del diseñador la portada del próximo libro a ser publicado: La homeopatía y el deporte y en el que, además, ha detectado un error: falta el artículo.

- Otra virtud del libro- insisto- es la procedencia de su autor. Está escrito por un venezolano, a doce años del experimento chavista que tantas miradas atrapa desde Europa...

- Los analistas de encuestas al final acabamos tomando distancia de la política, hacemos un trabajo técnico- dice Miret y agrega- sin embargo, estimo la gran densidad y calidad del libro de Teódulo López Meléndez y se lo he pasado a un colega cuyo perfil editorial es más susceptible a ese tipo de textos, con la esperanza de que lo publique.

La tarde languidece en la terraza del Ateneo, un tinto para mí y una cerveza para él, permiten inclinar los temas hacia otros derroteros: le dedico mi primera novela, "con la esperanza de encontrar empatía".

-¿Qué significa empatía? pregunta él, no precisamente porque ignore verdaderamente la respuesta y le contesto yo. "Qué haya coincidencia, concilio, acuerdo" (pensando precisamente en el Ensayo de TLM) y pregunta él: "¿Facilidad? ¿comodidad?

Antes que las palabras también languidezcan, hablamos sobre los costes de producción, casi imposibles de sortear en Venezuela, mientras que en Europa gran cantidad de libros se imprime en China, y sobre los errores. Los he encontrado numerosos, gramaticales y ortográficos en algunos libros que he hojeado en las librerías, le digo con exagerada indignación- ¿Será que se están saltando filtros en la corrección? pregunto. No coincidimos.

Insisto en mis críticas: ¿Recomiéndeme algún libro? ¿Qué está pasando con los sellos importantes, pareciera, que los libros más importantes de las últimas dos décadas son las traducciones de las novelas producidas en el este europeo, ya que durante la censura prácticamente el único escritor conocido era Milan Kundera?

-Sigue siendo un hito, los editores siguen buscando a quien traducir en las ferias, dice Miret.

Salen a relucir los nombres de las grandes editoriales. Le pregunto por Tusquets, por Siruela... Toda editorial tiene un cerebro y el cerebro de Tusquets está muriendo. Siruela ha vendido...

Una última respuesta del editor catalán, de formación ignaciana, procedencia judeo-mallorqui (chueta como él mismo se define), antes de visitar la fantástica biblioteca del Ateneu de Barcelona: "La gente busca respuestas en la medicina, en lo esotérico, en la homeopatía, en la cuántica, porque ya no cree en Dios”. He allí su apuesta editorial.

viernes, 29 de abril de 2011

Mi amigo Enrique Vila-Matas





Por Eva Feld


Me he hecho amiga de Enrique Vila-Matas pero él no lo sabe. Se supone que para hacer realidad mi primera nueva amistad y probablemente la única del nuevo milenio debería al menos comunícaselo, pero no dispongo de sus coordenadas y he oído de quienes lo conocen que vive en un sofá. Esta magrísima información solo me sirve para acrecentar en mi una desbordante admiración por él. Es decir, mi amistad con él. O es que no es la admiración una premisa fundamental para despertar el amor.

Voy por la lectura de un quinto libro suyo. Nunca leo mas de tres páginas seguidas para que perdure en mí la sensación de haber recibido un e- mail de Enrique. Ya para este momento considero que me he ganado el privilegio de tutearlo y también el de divertirme, discutir, conciliar o jugar con él. Ya le conozco todos los trucos y los resabios, los atajos y los desvíos, los mohines y las muecas de todos sus personajes que no son otros, permítaseme la perogrullada, que él mismo: Él editor, él detective, él escritor, él conferencista, él bebedor penitente, eterno enamorado de Nueva York, lector insaciable de Perec y Auster, por citar a uno en francés y otro en inglés, pero también de Vok, escritor de su invención, como lo es mi nuevo amigo de la mía.

La empatía es otra premisa fundamental, la segunda pata de la mesa de cuatro, sobre la cual se van acumulando sus libros y con ellos las coincidencias que me permiten aprovecharme de mi amistad con él para enumerar, a riesgo de importunarlo, algunos de los hechos reales y ficticios, novelados y reseñados, siempre escritos y nunca orales que hacen que Enrique Vila-Matas tenga que cargar conmigo y con mi amistad por el resto de sus días.

En primer lugar, calzamos la misma talla de zapatos. Valga decir que hemos pateado con la misma intensidad las tres principales ciudades del mundo: Barcelona, París y Nueva York. Y ambos, aunque por motivos diversos, amamos a Venezuela. Cuando él, a comienzos de la década del setenta, llegaba a Paris (en París nunca se acaba, editorial Anagrama) para alojarse en la chambre de bonne de Marguerite Duras para dar pininos de escritor con la Asesina Ilustrada y se enamoraba de Isabel Adjani volando con alas de LSD, resulta que yo también, la de carne y hueso, estaba en París, solo que en la acera de enfrente. Yo no coincidía con Barthes ni con Morin en los cafés del barrio latino, sino que los estudiaba porque quería aprehenderlo todo. Cuando digo todo es todo. Economía, política, estructuralismo, antropología, sociología, psicología, todo. Todo eso junto me parecía entonces más factible que producir literatura, un arte reservado para iluminados. Si aquel incipiente escritor se hubiese topado conmigo entonces, habría huido de mi insoportable intensidad y yo de su preferencia por la bella actriz francesa. Sin embargo, fluye en nuestra sangre y en nuestros libros el espíritu de una época, la de la cola del mayo francés, la de la vorágine de ideas, la de la importancia del ensayo y de la poesía aun cuando lo que se escribe es narrativa ficcional.

Cuando en su última novela, Dublinesca, Vila-Matas calza la horma del último editor romántico, nuevamente nos pisamos las huellas mutuamente. Su personaje busca del genio que nunca llegó a publicar, mientras yo, en mi vida real, como presidente de la editorial Ala de cuervo estaba convencida de haberlo hallado y publicado y distribuido. Ambos fracasados, él (en su versión novelada,) yo en mi desempeño. Él porque no pudo ofrecerle a los lectores lo que hubiera deseado, yo porque no encontré lectores para el genio hallado.

Ambos anduvimos por las calles de Dublín en búsqueda de los andares de James Joyce, él celebró además un réquiem por la muerte de la era de la imprenta ante el advenimiento del mundo cibernético, mientras los libros de mi editorial, desaparecidos de los anaqueles, se hicieron presentes en la web. Yo emplee muchas de las pocas horas que pasé en Dublin, en cuerpo y alma, buscando infructuosamente, como loca, una estatuilla de Joyce para traérsela de regalo a mi escritor descubierto.

También leí Extraña forma de vida, Enrique no me lo ha dicho, pero no hace falta, ya dije que lo conozco y sé que es su manera de rendirle homenaje de admiración y amistad de Paul Auster en La trilogía de Nueva York . La fidelidad, es pues, la tercera pata de esta mesa con la que ya empiezo a aturdir. Como si se tratara de la cuarta historia Auster, al igual que en las otras tres, el espía, durante las largas horas de soledad y de silencio, acaba siendo el objeto de su espionaje.

Si escogí un día anodino y de lluvia para escribir sobre mi amistad con Vila-Matas tiene que ver nuevamente con él y con sus libros. En primer lugar, porque la lluvia es frecuentemente protagonista de sus relatos. En segundo, porque tal día como hoy ni siquiera cumple años. En otro de sus deliciosos libros, Para acabar con los números redondos, hace un elenco de anécdotas sobre escritores (aunque entre ellos se encuentre también Dalí) para conmemorar, pareciéndose en algo a los no cumpleaños de Lewis Carrol en "Alicia en el país de las maravillas", a cincuenta y dos escritores. Donde aclara en el prólogo que fue su artículo semanal en un periódico en extinción donde no llegó a cobrar por ellos ni un centavo. Gratuidad que los escritores venezolanos conocemos en carne propia la mar de bien.

Ah! Pero nada como Bartleby y compañía ese ensayo disfrazado de novela o viceversa, (que es la única manera de concebir la literatura, o sea en fusión de géneros), donde me sentí retratada, a pesar de que aun no éramos amigos. Nadie como yo misma para saber y sentir lo que significa no volver a escribir. Vila-Matas me permitió parangonarme con Mállarmé, con Juan Rulfo, con Rimbaud y eso, queridos amigos, sólo lo hace un amigo.


evafeld@gmail.com