sábado, 19 de julio de 2008

Un Dante sin mal contemporáneo



por Eva Feld



No es por tremendismo ni por afán de originalidad que me atrevo a calificar a Venecia, Florencia y Pisa como réplicas de Disney world. La falsificación y el consumismo rampantes en esta primera década del segundo milenio están logrando transformar la historia de la cultura en una suerte de álbum de barajitas (en su defecto, de fotografías digitales) que los millones de turistas van pegando cual autómatas en sus carpetas analógicas y que luego “suben” a la red para compartir (o competir) con sus semejantes hasta conformar una suerte de catálogo de muecas, poses y monerías.

En Venecia, por ejemplo, es rigor fotografiarse en la plaza San Marcos dejándose picotear por decenas de palomas; en Pisa lo es sostener con las manos la torre inclinada; en Florencia, pararse junto al David de Miguel Ángel. Los turistas son capaces de alinearse pacientemente para cumplir con esos rituales, sin los cuales nadie, ni siquiera ellos mismos, les creería que en verdad estuvieron allí.

Los turistas se mueven cual depredadoras termitas, en permanente rally por conquistar el mayor número de pruebas que incluyen también la foto comiendo pizza y helado, luciendo sombreros de fieltro o de paja, visitando museos como plagas devastadoras. Pocos notan el trabajo a veces tenaz y otras excesivo de los cientos de restauradores que se ocupan de hacerle el mantenimiento a dinteles y capiteles, a columnas y arcos, a puentes y adoquines. La gente, en tropel, atraviesa y ve, pero no se detiene ni mira. El disfrute está en la acumulación, en la falsificación, en la simulación y en la velocidad.

A veces, como en la Plaza San Marcos de Venecia, quien se detiene puede llegar a rechazar la exuberancia en los colores restaurados. Parecen recién pintados, se les ha robado la pátina del tiempo y simulan, sí, sus propias réplicas. Hacen pensar en estatuas griegas, ya no blancas como las conocimos en nuestro tiempo, sino coloreadas según las posibilidades y la estética de su tiempo. Más parecidas a los dibujos animados de la televisión que a obras de arte antiguas. Igual que los retocados capiteles que lucen más emparentados con escenografías fílmicas que con el verdadero poderío eclesiástico de su tiempo, o la calidad de los artistas de siglos muy pretéritos.


A los turistas más acuciosos se les ofrece la historia narrada o para ser leída en cápsulas de fácil digestión, para que al lado del álbum de fotos puedan contar las mismas anécdotas, cuentos, leyendas o intrigas y puedan así dar aun mayor verosimilitud al hecho de haber visitado esas ciudades históricas, cuyo imaginario colectivo y mundial se ha reducido a algunas horas de atropellada visita, para los afortunados que han logrado movilizarse de su poltrona ubicada frente al televisor y para los demás a algún programa dedicado a los viajes de algún periodista de televisión.

Una de esas anécdotas relata que Dante Alighieri llegó a Florencia con las ropas sucias y que cuando se dispuso a lavarlas en el río Arno, acabó enjuagando el idioma y que ese es el origen del italiano. Lo cierto es que poco se nombra a Dante en el recorrido por Florencia, apenas como referencia de la Santa Croce y para decir sobre la inverosimilitud de que allí se encuentran sus restos. ¿Restos? Los modernos turistas se agolpan, en cambio, en la Plaza de la Señoría, o frente a las vitrinas del Puente viejo, delante de la Catedral o en el mirador; ocupan mesas en las abundantes cafeterías y espacio en las bocacalles, pero pocos notan el letrero que conduce a la casa del primer gran poeta italiano. Menos aun se interesan por la iglesia que frecuentaba su amada musa Beatrice Portinari, de quien escasamente piensan que era la amante de vate.

Dante no es, pues, barajita obligada en el viaje a Florencia. Unas pocas flores mustias adornan los restos de Beatrice, enterrada en la pequeña capilla. Nadie espera el turno a sus puertas para rendirle homenaje. Una luz tenue, una música exigua, una sutil remembranza le confieren al pequeño santuario un aire enrarecido. Como si nadie, ni siquiera el omnisciente tiempo hubiera trascurrido desde que el poeta encontrara en la furtiva figura de la pequeña Beatrice, el símbolo de pureza que requería su Comedia. Una señora, como las miles que emplean su jubilación en salvaguardar museos, cuida el recinto. Lo hace sin cobrar, tampoco acepta contribuciones, lo hace por amor y por exhibir, oh, allí mismo, dentro de la capilla, sus oleos en homenaje a sus creencias, religiosas y artísticas…

El juego entre la rendija de luz vespertina y las sombras que arroja el Cristo austero que preside el altar permite obviar por instantes la intrusión del presente. Allí está Dante Está de regreso de la vida y de la muerte, del infierno, del purgatorio y del cielo. Dispuesto a reemprender el viaje con el mismo ánimo de conquistador, con el mismo afán de clavar en hondura su palabra, la de describir, de narrar y traducir en neología la condición humana. Pero no ésta, actual, de seres robotizados y atormentados por la estética de la rapidez y de la acumulación; fetichista y adoradora de mitos mediáticos. Dante, que ha viajado y procreado. Él que ha medrado en política e influido en la historia en proporciones descomunales, sigue plantado en la filosofía, procurando respuestas al paso de los hombres por la tierra. Y para ello necesita regresar siempre al lugar donde yace su Beatrice, porque viva y ausente o viceversa, ella es para él el leit motiv de su obra.

Los ocho moteros en tránsito hemos invadido el espacio de Dante, destellan los flashes de nuestras cámaras, resuenan nuestras voces extemporáneas en este santuario y nuestra rúbricas quedan estampadas en el libro de visitas, como corresponde a visitantes extranjeros. Una vez afuera, cuando por fin a mi compañera motera le es dado prender su cigarrillo, me pregunta con genuino interés sobre mi estado alterado. Quiere saber de mi taquicardia, inquiere sobre el Dante, sobre Beatrice. ¿Por qué ejercen sobre mí tal fascinación? ¿De qué trata La Divina Comedia? Mis respuestas tardan, vienen precedidas por el tartamudeo que produce la emoción. Al final ella, la bella sabra, lo sintetiza todo: “Intuyo pero no entiendo -dice- te aseguro que voy a buscar La Divina Comedia en Ivrit para compartir contigo esta fascinación”

La velada habrá de concluir en un restaurante campestre, el menú florentino y los excelentes anfitriones toscanos más un Chianti como pocos, sellarán el fin de la jornada.

No se volverá a hablar de Dante, no forma parte del itinerario turístico, no pertenece al álbum de las fotografías, es inmune a los males contemporáneos, sólo asible para quienes estén dispuestos a hacer el viaje con él y con Virgilio hacia el infierno y no precisamente en moto.

sábado, 12 de julio de 2008

Viaje en moto hacia el idioma húngaro como quien se juega la vida



por Eva Feld

Aposté al idioma húngaro como quien se juega la vida. Mi padre había muerto hacía apenas tres meses, cuando yo andaba planeando secretamente traducir al castellano a Frigyes Karinthy (1880/1956), su escritor favorito. Lo haría por el mero hecho de inventar excusas que me permitieran interrumpirlo en su trabajo, pues, a los 84 años aun acudía a la oficina y todavía era capaz de escribir cartas en alemán, leerlas en francés, contestar el teléfono o revisar su correo electrónico en italiano, en inglés, en castellano y sacar cuentas, eso sí, invariablemente en húngaro.

Mi padre siempre tenía algo que contar. Recordaba cientos de historias que había visto en películas; leído, vivido o sobrevivido (cuando se trataban de los de la segunda guerra mundial). Era además dueño de inacabables parábolas, anécdotas, chistes. Cuando yo lo visitaba a su oficina, sacaba de un viejo armario una botella de vodka y nos servía lo suficiente para que nos mojásemos la lengua. Los ojos de mi padre adquirían aun mayor brillo cuando se refería de Karinthy. Le fascinaba su agudeza, su estilo. Y yo, claro, quería alcanzar esa fascinación. Muchas veces habíamos hablado de sus libros. Notablemente de Igy irtok ti (Así escriben ustedes) una parodia sobre el estilo de una veintena de autores, escrita, según mi padre, con cultísima sorna, con conocimiento de causa, con sencillez.. Era capaz no solo de recordarlo sino hasta de citar algunos de sus párrafos.

Desde que mi padre falta, me aventuré primero con un librito, uno de sus primeros, y lo leí de la única manera en que soy capaz de hacerlo en húngaro: en voz alta para escuchar los difíciles sonidos que emito o mejor dicho que adivino, hasta que al final logro entenderlos. Se trataba de breves historias colegiales, recuerdo haber incluso llorado con la primera, porque reflejaba la infancia de un escritor que aun ni sospechaba que sería famoso, pero escrita con la nostalgia de quien ya lo era. Lo único que no logré traducir a mi entera satisfacción fue el título: Tanár úr kérem que estrictamente quiere decir Profesor por favor, pero que traduce muy mal lo que en verdad puede, a mi entender, llegar a significar.

Nunca llegué a comentar con mi padre aquella teoría de Karinthy, surgida en su relato Cadenas (1929), que tanta popularidad le granjeó en el mundo. Una que se ha dado a conocer como la teoría de los Seis Grados de Separación, según la cual cada persona del planeta está conectada con cualquier otra a través de una cadena de conocidos con no más de cinco eslabones o puntos de unión. Es decir, seis niveles nos separan de cualquier persona del planeta. Seis pasos. Seis grados.

Pero en cambio, Karinthy se convirtió en puente entre nosotros cuando subía la marea en nuestros respectivos estados de ánimo. Acudió a nosotros cuando lo veía preocupado por la situación sociopolítica, financiera o económica del país, cuando lo sentía alterado por los embotellamientos de tránsito o por el asomo de cualquier otra angustia, ansiedad o turbación. A veces, seguramente inspirados por Karinthy, jugábamos a lo que nos gustaba llamar “crucigrama”. Uno describía lo que quería decir y el otro debía adivinar la mejor palabra que lo expresara. Siempre me llevó la delantera.

Cuando murió, el 17 de febrero de este año, me aferré al idioma húngaro como quien se juega la vida. Me zambullí en Karinthy hasta sentir en mi cabeza el bisturí que cercenó la de él, de lo cual dio fe en su memorable relato titulado Viaje alrededor de mi cráneo y en cuya introducción aclara que no faltó algún imbécil que echara a correr la bola de que se había inventado semejante operación para llamar la atención, aumentar su popularidad y por supuesto la venta de sus libros. “No tuve sino dos opciones- dice- la de ignorarlo por completo o la de contestarle. Este libro es mi respuesta”

Con el duelo ahorcándome y sin lograr contener las lágrimas, emprendí en mayo un viaje hacia el húngaro; hacia el idioma materno de mi padre transilvano. Lo hice en moto, desde Munich, de manera que durante casi ocho horas, múltiples vocablos se garrapiñaban en las circunvalaciones de mi cerebro. Vi a mi padre en todas ellas y a Karinthy junto a él. Mi padre contaba muchas historias. Decía del premio Nóbel de Imre Kertesz y de la popularidad de Sándor Márai. Hablaba del realismo mágico y del regusto, que él no compartía, por el estilo abigarrado y barroco de muchos escritores latinoamericanos. Karinthy asentía y lo invitaba al café New York, de Budapest, a tomarse un trago de aguardiente. El palinka les abría el apetito y ordenaban queso liptai, y salami con pan negro. Karinthy y mi padre se entendían en húngaro, por supuesto, pero yo los traducía en simultáneo al castellano, que es el idioma en el que mejor pienso, leo, escribo y saco cuentas.

Llegué pues, en moto, al centro de Budapest, a la plaza Oktogon, que no es realmente una plaza como tal sino una suerte de distribuidor con ocho lados fraccionados en cuatro triángulos y de allí, a pié, a La tienda de los escritores, una librería custodiada por dos estatuas de autores famosos: a la entrada por la del poeta simbolista, Endre Ady y en la acera de enfrente la del narrador Mór Jokai. Entré en vilo, como transportada por mis dos notables anfitriones, Karinthy y mi padre. Se mofaban de mí, me tildaban de cándida, sobre todo cuando me vieron preguntarle a la librera por los gustos de los lectores actuales. ¿Acaso no podía yo constatar con mis propios ojos la abundancia de libros de autoayuda y de best sellers (Harry Potter, Crichton o Don Brown), igual que en el resto del mundo? Fue mi padre quien pagó, aunque lo hiciera yo con mi mano, una franela que compré con la estampa caricatural de Karinthy, una en la que se come, con tenedor y cuchillo, a los escritores que en verdad devora en su Igy irtok ti. Imposible cargar con libro alguno, apenas logré apretujar la franela en mi ya muy constreñido equipaje de motera.

Unos versos de Ady (en la versión en castellano de David Chericián) de su poema Jinete extraviado, podrían “simbolizar” mi desencanto de centauro descaminado: He aquí el tupido y denso matorral, / he aquí el apagado canto viejo / agazapado entre la niebla sorda / desde nuestros bravos, tristes abuelos… Todo es sangrar. Todo es secreto, / todo es opresión, todo antepasados, / todo es bosque y juncal, juncal y bosque, / todo es dementes, dementes de antaño… Jinete yo misma, nuevamente subida en la moto, rumbo a la plaza Blaha Lujza en busca de otra librería, la Fokusz, para no quedarme rumiando el último verso del mismo poema de Ady: Se oye trotar del extraviado / jinete de antes, las encadenadas / almas de los juncales ancestrales / y talados bosque se sobresaltan.

Los ciudadanos de Budapest inmutables en su cotidianeidad ni siquiera advierten que se ha colado en una de sus principales avenidas comerciales una especie de androide. Toda ataviada en inmensos protectores negros, con botas de montar, recorro a pie las casi cuatro cuadras hasta llegar por fin a la librería Fokusz. Tampoco allí llama la atención mi indumentaria, en cambio sí mi desmedido interés en la literatura húngara. Pretendo absorberlo todo: ¿Qué libros se venden más? ¿Cuáles se editan y sobre todos cuáles se reeditan? ¿Aún pervive el interés por Karinthy?, ¿y por Kostolanyi?, ¿y por Krudy? Me atienden dos jóvenes estudiantes de letras con fascinación y sin prisa. Su respuesta monosilábica me reconforta: “Sí” responden al unísono y no tardan más de un par de minutos en ponerme las últimas reediciones ante los ojos. “Karinthy es de lectura obligatoria en la escuela”.

En húngaro literatura se dice “bellas letras” y de su continuidad se ocupan varias casas editoras (Kalliguan, Europa, Helikon, Talentum y más; públicas y privadas; en formato de lujo y en ediciones económicas). ¿Nuevos escritores?, ¡Sí! También abundan: Lajos Parti Nagy, cuyo libro más popular se titula Ni tambores ni trompetas; Kristian Gecsó, Escuela de baile; todas las novelas de Magda Szabo, además Daniel Varró, Orsolya Kavafiath y Pal Závada. ¿El precio de los libros? Más caros que antes, sí, pero aun accesibles. ¿Literatura light?, ¿Best sellers? Sí, abundantes, traducidos del inglés, pero también nacionales como los libros de Lászlo Lörincz o István Nemeve entre otros.

El tiempo vuela, aún falta por recorrer unos 150 kms para pernoctar en Arád, esa pequeña ciudad industrial de Transilvania adonde la cena ha de deslumbrarnos por abundante, sabrosa, bien rociada con aguardiente y animada con música local. Habré de regresar a Budapest en un par de días, pero esta vez en plan de turista, en compañía de mis amigos moteros. Recorreremos las calles que Márai describe con gran emotividad en su biografía, lo haremos de la mano experta de una guía cubana. Se llama Elena. Mis compañeros de viaje lucubran, sospechan que es una refugiada, ella aclara que llegó a Budapest hace una veintena de años como becaria y que contrajo nupcias con un húngaro de quien a la sazón se divorció y que ahora, cuando domina el idioma endiablado de los magyar y que se siente plenamente húngara, se enamoró de un hombre vasco, que vive compartida entre San Sebastián y Budapest y que ha de aprender el euzkera, otra lengua igualmente desemparentada. Mientas nos pasea por calles y avenidas, sobre puentes y por pasillos, bulle en mi mente una sincronía, otra más: ¿Qué curioso que sea precisamente una cubana ciudadana del mundo, activista de las libertades democráticas , poseedora de las mejores recetas para encurtir el pimiento húngaro y con acento español, la encargada de llevarnos a la Sinagoga de Budapest, una de las más grandes y lujosas del mundo, a la que los judíos la llaman también el templo del tabaco, puesto que está ubicada en la calle Dohany, que significa precisamente tabaco en húngaro? Y que fue construida en el siglo XIX con 2.964 asientos. Henos allí pues conmovidos por la enorme presencia de los exterminados, artísticamente recordados en monumentos extraordinarios: la escultura de un árbol en metal, cuyas hojas llevan, cada una, el nombre de algún pariente desaparecido; otra con la lista de los benefactores que se pusieron en riesgo para salvar judíos; un museo con memorabilia judaica, que incluye desde objetos rituales hasta recuerdos de los campos de exterminio.

Hablo de sincronía porque ese fue el único momento en el que mi padre, judío, único superviviente de su familia íntima, húngaroparlante, no se hizo presente. Resultaba menos doloroso seguir de tertulia con Karinthy. Recordé y se los hice saber, que mi primer contacto con la poesía húngara, traducida al castellano, ocurrió en 1984, cuando la Editorial arte y cultura, precisamente cubana, acababa de publicar una antología prologada por Éva Tóth.


A mi regreso a Caracas, busqué el libro para reproducir aquí al menos algo de lo que la prologuista dice sobre Ady: La poesía de Ady, como la música de Bartók, tanto diacrónica como sincrónicamente es la mayor síntesis realizada hasta ahora en la cultura húngara. Así como en el arte de Bártok están presentes desde la pentatonía, la herencia más antigua, finounguia, asiática, de la música folklórica húngara, pasando por el romanticismo nacional que adquiere valor universal en el arte de Ferenc Liszt y su superación bajo el signo de las tendencias modernas, hasta la vanguardia musical del siglo XX y la música popular incluso de los pueblos vecinos e incluso de los turcos y árabes, así la gama de la poesía de Ady va de las ancestrales formas poéticas basadas en el acento, pasando por las formas llegadas de Europa Occidental, asimiladas a través de los salmos calvinistas, hasta el verso libre… Ady es, como Bártok en música, la figura más húngara y a la vez más universal de la renovación literaria de comienzos del siglo XX…”

Mi padre solía decir que si Karinthy y muchos otros autores húngaros hubiesen escrito en otro idioma, serían hasta el sol de hoy famosos y leídos en el mundo entero. Yo agrego que apenas están siendo descubiertos por las editoriales españolas. Mientras tanto yo sigo zambullida en el endiablado idioma húngaro como quien se juega la vida.





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lunes, 7 de julio de 2008





Elfriede Jelinek: "Los Excluidos " en la imperfecta humanidad

Por Eva Feld



Líbrese lector de simplezas, lo que se le narra no es el mero relato de hechos superlativamente perversos, de esos perfectamente transmitidos por igual en noticiarios y en las cada vez más sofisticadas series televisivas de pesquisa policial. No, más allá de la historia lineal que Elfriede Jelinek , Nobel 2004 de literatura, cuenta en su novela Los excluidos (narrativa Mondadori octubre 2004) se halla el más precioso retorno al misterioso lugar, del otro lado del lenguaje, en el que se ubica la verdadera literatura, desde donde el escritor, preso en su trama y víctima de su palabra, es capaz, no obstante, de deslastrar la realidad, la propia y la histórica, de la lógica aplastante de los hechos y permitir que la ambigüedad así como el juego poético entre la verdad y la falsedad configuren la esencia del cuerpo narrativo.

En la novela Los excluidos , los protagonistas no son únicamente los cuatro jóvenes austriacos de la inmediata posguerra (en la década de los años 50) que emblematizan la violencia llevada a niveles de excitación estética sin consideraciones morales ni sociales. Tal simpleza, sería, digámoslo sin ambages, poco menos que un lugar común, en este primer lustro del siglo XXI, cuyo sino no ha sido otro. Los principales protagonistas de Jelinek son los símbolos, los silencios, las palabras empleadas para decir y no para hablar. Palabras como las que la autora envió grabadas en un video, el día de la entrega de los premios Nobel para no asistir a los ritos de sociedad ni enfrentarse a la falta de atención que los terceros prestan al Yo del que tiene algo que decir.



Elfriede Jelinek

La trama

Nadie mejor que Diamela Eltit (Conferencia en el Instituto Goethe de Santiago de Chile, El Mercurio)) ha sabido plasmar el contenido argumental de esta novela: "En Los excluidos , el mapa textual aborda un grupo de jóvenes, los hermanos Rainer y Anna y los amigos Sophie y Hans - que transita un orden residual. No se trata de marginalidades sociales, sino más bien de jirones históricos y políticos. El padre de Rainer y Anna , en tanto vencido nazi memorioso, rehace su camino ya no como responsable del campo de concentración, sino como jefe de una familia que le permite la creación de un "campo" alternativo. Allí experimenta científicamente, en el cuerpo de la esposa-madre y en sus hijos, un poder destructivo traspasado de angustia. En el otro frente de la ideología, la madre proletaria, filiada rígidamente a la ideología de clase, parodia inútilmente a la obrera orgánica e intenta traspasarle a su hijo, el obrero Hans , éticas y estéticas políticas en medio de una realidad ya enteramente inorgánica".
Compartimos que lo s jóvenes funcionan "en un presente que porta las excedencias de un pasado. Aunque transitan conceptualmente entre la literatura, la música, los discursos culturales, entregan sus cuerpos a prácticas desestabilizadoras del orden institucional y jurídico. Rainer , él, poeta, asesina a su propia familia profundizando hasta el paroxismo la saña".

Los símbolos



Sí, en los cuatro jóvenes están plasmadas las ideologías y las vocaciones, la dialéctica que confronta, pero también complementa, a los contrarios (nazismo y socialismo, masculino y femenino, burguesía y proletariado, trabajo intelectual y manual); sólo el fracaso es unívoco y altisonante. En la puesta en escena de Los excluidos el lector de la novela es abatido por una brutal fuerza dramática de la mano de una escritora que, según su propia confesión, no asiste jamás a la representación de sus obras teatrales, sino que se queda en su casa y ocupa su butaca de lectora desde donde devora sus propias palabras calóricas . Las que dan cuenta de un narrador que hilvana los espeluznantes acontecimientos de Los excluidos y recurren a la intertextualidad para explicarle al lector sobre las influencias que George Bataille , o Albert Camus , o el Marqués de Sade han obrado sobre Rainer , quien, por cierto ha recibido ese nombre en honor a Rilke . Ese narrador omnisciente también le advierte al lector (devenido espectador de palabras), que Rainer , el incipiente poeta lenguaraz líder del grupo (más frustrado que maldito), es hermano gemelo de Anna , quien por mucho que se empeñe en ejecutar la música de Beethoven o de Bramhs , por más que calle - en contraposición a su hermano- no será jamás más músico que el verdadero poeta. Gemelos: la poesía y la música, el hablar y el callar, el macho y la hembra, hijos del fracasado nacionalsocialismo alemán, enamorados él de una burguesa y ella de un obrero, despreciados ambos por los verdaderos protagonistas del aparato productivo de la nueva promesa austriaca (como alemana), serán víctimas y victimarios; ejecutores y ejecutados; objeto y sujeto del más cruel ensañamiento en un final absolutamente dramático, en el que Rainer , tras entregarse a la policía con absoluta naturalidad, luego de haber asesinado a sus padres y a su hermana hasta dejar sus cuerpos irreconocibles, le asesta el golpe mortal al lector, proclamando: "Ahora ya lo saben todo y pueden disponer de mi", convirtiéndose él mismo, por el poder de la palabra, de lo silenciado y de lo inferido, en un poeta y, su autora, en Premio Nobel 2004.

martes, 1 de julio de 2008

De Eva Feld por el 5º año de www.aladecuervo.net




Les habla Eva Feld en esta fecha doblemente conmemorativa. En primer lugar porque nuestra página web de Ala de cuervo está entrando en su quinto año de existencia y en segundo porque para celebrarlo estamos introduciendo dos nuevos espacios: el auditivo con Ala de cuervo radio y el visual con Ala de cuervo T.V. Con este paso hacia las comunicaciones integrales pretendemos extender aun más el amplio espectro de nuestros visitantes quienes para esta fecha alcanzan la cifra de 11.000 mensuales en 64 países.

Nuestra página web nació en principio como una extensión de la editorial Ala de cuervo que fundáramos con el intelectual venezolano Teódulo López Meléndez en el año 2000 bajo el lema de publicar libros al margen del afán editorial que da preferencia a la literatura de la inmediatez. Habíamos llegado al convencimiento de que solo la independencia absoluta podía garantizarnos la libertad de expresión y emprendimos la labor titánica de desafiar simultáneamente al mercado, a la publicidad, a la tendencia mundial hacia la frivolidad, los best sellers y la literatura light. Publicamos una veintena de libros.

Decidimos, al cabo de un par de años, incursionar en la página web para crear una red de interesados en la literatura y el pensamiento y nos ocurrió algo similar a lo que le sucedió Friedrich Nietzsche en algún momento del año 1882, cuando compró una máquina de escribir (una Mailing-Hansen para más señas). Su visión estaba fallando y mantener sus ojos en foco sobre la página en blanco sobre la cual escribía le comenzaba a resultar extenuante y doloroso. La máquina acudió en su rescate, una vez que aprendió a dominarla (incluso con los ojos cerrados), las palabras volvieron a fluir directamente de su mente a la página. Pero además, incidió también en su estilo. Comenzó a ser aun más concreto, más telegráfico, como si se abriera paso en un nuevo idioma. Cuando un amigo se lo hizo notar. Él le respondió: “Tienes razón, el medio con el que se escribe forma parte en la formación de nuestros pensamientos”. Según el académico alemán Friederich A. Kittler, Nietzsche cambió la argumentación por aforismos, los pensamientos por juego de vocablos, la retórica por un estilo telegráfico.

Nosotros nos atrevemos a agregar que al hacerlo, Nietzsche comprendió la manejabilidad de la mente humana y simplemente logró condensar, sintetizar y optimizar sus ideas y sus palabras y multiplicar su efectividad y difusión. Casi un siglo después el estudioso canadiense Marshall Mc Luhan llegó a una conclusión similar: “el medio es el mensaje- dijo y luego añadió- el medio es el masaje”

Pues bien, le ha llegado el turno a la red planetaria de incidir no solo en la velocidad con que circulan y se multiplican los mensajes, no solo a la simultaneidad de opciones y a la réplica instantánea, sino también a la forma de pensar y de escribir del hombre del siglo XXI. Ala de cuervo, que empezó siendo una editorial independiente de carácter alternativo (eufemismo amable para maquillar el carácter casi clandestino de los libros de contenido denso y de bajo tiraje), ha dado el salto hacia la universalidad y la totalidad primero en su versión escrita en www.aladecuervo.net y ahora, en este su quinto año de existencia, al sonido y a la visión, a la radio y la televisión, para la difusión del pensamiento, de la poesía, de la ficción y de la realidad.

Ala de cuervo audiovisual se suma a nuestra página web aladecuervo.net y a nuestro empeño editorial por publicar libros de alta densidad para ofrecer a nuestros visitantes un amplio espectro cultural cuyo epicentro sigue siendo nuestra definición fundacional: “Ala de cuervo debe su nombre al proceso alquímico que conlleva a la obtención de una esencia o fluido fluorescente que se solidifica y se separa”… ya sea en forma de libro de papel, en magnético encantamiento apalabrado en el ciberespacio o en esta nueva fase audiovisual

¡Muchas gracias!